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La tecnocracia que nos matará


"Los obstáculos técnicos eran de enormes proporciones, pero es muy gratificante haber producido un nuevo tipo de láser de estado sólido con un poder sin precedentes y una gran calidad del haz para su tamaño".
Son las palabras del director del programa. ¿Qué programa? Dada la asepsia con la que se exponen las dificultades afrontadas y los logros obtenidos, bien podría tratarse de una nueva tecnología quirúrgica o de la mejora de un componente industrial que reduzca sensiblemente nuestro consumo energético, o de … Nada de eso, a pesar de lo gratificante que le ha resultado a su director, hablamos del desarrollo de un nueva arma, tan mortífera que la prensa ha dado en llamarla “el rayo de la muerte”.
Más o menos en eso consiste la tecnocracia, en el logro de objetivos de forma eficiente, sin valorar en esencia esos objetivos, la llamada buena gestión frente al politiqueo y el proselitismo. Dado el evidente fracaso de la política partidista, mucha gente depositaría con gusto su confianza en profesionales de la gestión: economistas, científicos, ingenieras,... No obstante, la política es algo mucho más extenso y complejo que el mero parlamentarismo y ésta todo lo impregna. Por ello, no es posible llevar a cabo gestión alguna libre de orientación política, aunque ello se dé, tal vez, de modo inconsciente. Despolitizar la gestión hoy en día es dejarla invadir por la ideología dominante, el pensamiento único del capitalismo en el que el crecimiento y la competitividad son asumidos como fines objetivamente deseables sin tener en cuenta lo que conllevan: aumento de las desigualdades, degradación del medio ambiente, precariedad, insatisfacción …
Si no somos capaces de orientar las metas políticas hacia el bien común, de forma extensa en el tiempo y en el espacio, es decir pensando globalmente y a futuro, toda buena gestión, por mucha satisfacción personal que pueda generar, contribuirá cual rayo exterminador a incrementar el crimen y la indecencia de la humanidad.
Hanna Arendt en su estudio sobre la banalidad del mal, explica cómo el teniente coronel nazi Eichmann, encargado de la organización de la logística de transportes del Holocausto, que logró aligerar el ritmo de la cadena de exterminio, alegó en su defensa que las acciones que cometió eran bajo la obediencia debida a sus superiores. Otro tecnócrata que creyó no haber roto un plato, que se limitó a hacer bien su trabajo. En el fondo, de algo de eso adolecemos todas las personas y demasiadas veces, en nuestro pliego de descargo aludimos a influjos de orden superior para no afrontar nuestra parcela de responsabilidad en cómo está el mundo: cómo trabajamos, cómo consumimos o cómo nos relacionamos. Nos escondemos tras la legalidad y las normas, y nos olvidamos de la ética y de que las personas estamos por encima de las decisiones de los consejos de ministros y de los gobernantes. De la misma forma que las leyes, la tecnología y los tecnócratas no son neutrales.
El desarrollo militar no parece verse afectado por la crisis, el sector sigue en expansión y ya disponemos de un arma láser. Esto no se puede catalogar como un éxito de la técnica, fruto de una buena gestión sino como muestra del fracaso de nuestra especie.

Colectivo Malatextos, 3 de junio de 2015

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