Dos personas más han
muerto recientemente en otro accidente laboral, esta vez ha sido en
Funes, y van… cinco en mes y
medio. La cifra sigue creciendo y creciendo, lo constatan las
estadísticas y sin darnos cuenta nos vamos convirtiendo en un frío
número.
Hay estadísticas para
medir la tasa del paro, el nivel de pobreza o los accidentes
laborales. Pero una estadística, o cien, no pueden explicar nuestras
vidas. No somos un número, somos personas con nombre y apellidos,
con nuestra propia historia, nuestra gente cercana, nuestros sueños
y anhelos.
Las estadísticas
podrán valer para saber cuánto ha subido el índice Dow Jones,
cuántos coches va a producir Volkswagen o los litros de
alcohol que hemos bebido en los últimos Sanfermines, ¿pero pueden
cuantificar el valor de la vida de una sola persona? Somos personas
que lloran cuando en un accidente laboral, o por culpa de la
violencia de género o por falta de asistencia médica, perdemos a un
ser cercano. Sufrimos cuando nos despiden, o cuando la entidad
bancaria de turno nos arrebata nuestra vivienda, cuando nos roban la
vida… y es que no somos una jodida estadística, una serie de
dígitos que gestionar en despachos en los que únicamente se afanan
por situarnos en los mejores puestos de los ranking mundiales.
Nuestro corazón
palpita, se sale de la media y no encaja en los gráficos. No somos
mercancía ni carne de estadística, por mucho que quieran que
parezca un accidente.
Colectivo Malatextos 19 de mayo de 2015
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