Ya ha nacido mi hija. Probablemente o con toda seguridad- me gustaría creer en la probabilidad- la segunda de una saga de explotados. ¡Y mira que me resistía! Sin embargo, esa bendita voz interior, irracional, ajena a cualquier tipo de egoísmo material, que algunas veces nos lleva a hacer lo que debemos y no lo que se espera que hagamos me empujó a dar rienda suelta a nuestra naturaleza. Creo, tampoco lo tengo claro, que nunca me hubiera perdonado que mi otro cabezón fuera a tener una adolescencia caprichosa de hijo solo o una solitaria vida de adulto. La cosa es que ya está aquí y que viendo el panorama que tenemos como sociedad ya comienzo a sentirme el peor padre del mundo. Se pasará, digo lo de la sensación de mal padre, porque para lo del panorama social no sé si tenemos solución.
Partidos, agrupaciones electorales y demás nomenclaturas democráticas que se dan para que todo siga más o menos en las mismas coordenadas de injusticia, se disputan un pseudo poder ajenos a la realidad social que vivimos, una realidad de auténtica parálisis contestataria. A muchos de nosotros nos va simplemente normal, sin pasar estrecheces y, conscientes en mayor o menor grado, actuamos como un verdadero freno contra cualquier atisbo de reacción ante tanta injusticia. Somos muchos los que priorizamos nuestra situación individual a la del grueso del cuerpo social. Somos egoístas. El virgencita, virgencita que me quede como estoy que practicamos en todos los ámbitos de nuestras vidas, condena a otros muchos, siempre demasiados, a una vida de exclusión y desesperanza. Encima, no nos duelen prendas en despojarnos de cualquier tipo de responsabilidad y arrojarla contra quienes más precariamente viven.
Yo no tengo ni idea de quién ganará las próximas elecciones. Tampoco me importa. No por una tendencia nihilista del tipo "todos son iguales". No, porque soy consciente de que no lo son. De hecho, iré y votaré sin ningún tipo de esperanza sabiendo que no es lo mismo UPN que el Partido Canábico pero sabiendo también, que el Poder que conforma la realidad actual, está muy lejos de urnas y escaños. A lo más, si socialmente somos capaces de apretar con algo más de fuerza, podríamos hacer de alguna de estas iniciativas electorales una herramienta a nuestro servicio. En caso contrario, la inercia institucional y la falta de participación harán lo suyo, dejando en vía muerta una posible oportunidad.
La realidad parlamentaria o municipal, no es coincidente con el caldo de cultivo necesario que pudiera provocar un auténtico cambio social profundo y eso es muy grave. Demasiado. Mientras en la calle las personas no nos juntemos más que para tomar vinos, reclamar naciones o participar en eventos solidarios patrocinados por Bancos y empresas, dará igual quién gane las elecciones. Diez, quince o cien parlamentarios no transforman una sociedad que hunde profundamente sus raíces en un bienestar y una libertad estéticos, en la explotación y en la miseria de tres cuartas partes de la Humanidad. La sociedad sólo puede cambiar cuando nos creamos, de una vez por todas, actores principales de nuestro futuro si es que existe. Y si no, no cambiará. Ni para nosotros ni para nuestras hijas. Desolador o no, es como saber que el agua es indispensable para la vida, una de las pocas certezas de las que hago gala y que incluso se tambalea cuando algún compañero la deshace incluyendo el vino como sustitutivo perfecto de tan preciado elemento.
Quizás salir de la parcela de seguridad que esta sociedad nos otorga sea lo único que no hemos probado. Pringarnos, molestarnos, dedicar tiempo, discutir, salir a la calle, asumir responsabilidades, adquirir compromisos... El resto, todo lo que ya hemos experimentado, sabemos a donde nos conduce. Voten con salud pero no esperen grandes cambios si éstos no vienen de un cambio en nuestra propia inercia vital. Nada en este mundo ha cambiado siguiendo instrucciones institucionales aunque quizás esta vez, no sé muy bien por qué, ocurra. Malditas incertidumbres...
Partidos, agrupaciones electorales y demás nomenclaturas democráticas que se dan para que todo siga más o menos en las mismas coordenadas de injusticia, se disputan un pseudo poder ajenos a la realidad social que vivimos, una realidad de auténtica parálisis contestataria. A muchos de nosotros nos va simplemente normal, sin pasar estrecheces y, conscientes en mayor o menor grado, actuamos como un verdadero freno contra cualquier atisbo de reacción ante tanta injusticia. Somos muchos los que priorizamos nuestra situación individual a la del grueso del cuerpo social. Somos egoístas. El virgencita, virgencita que me quede como estoy que practicamos en todos los ámbitos de nuestras vidas, condena a otros muchos, siempre demasiados, a una vida de exclusión y desesperanza. Encima, no nos duelen prendas en despojarnos de cualquier tipo de responsabilidad y arrojarla contra quienes más precariamente viven.
Yo no tengo ni idea de quién ganará las próximas elecciones. Tampoco me importa. No por una tendencia nihilista del tipo "todos son iguales". No, porque soy consciente de que no lo son. De hecho, iré y votaré sin ningún tipo de esperanza sabiendo que no es lo mismo UPN que el Partido Canábico pero sabiendo también, que el Poder que conforma la realidad actual, está muy lejos de urnas y escaños. A lo más, si socialmente somos capaces de apretar con algo más de fuerza, podríamos hacer de alguna de estas iniciativas electorales una herramienta a nuestro servicio. En caso contrario, la inercia institucional y la falta de participación harán lo suyo, dejando en vía muerta una posible oportunidad.
La realidad parlamentaria o municipal, no es coincidente con el caldo de cultivo necesario que pudiera provocar un auténtico cambio social profundo y eso es muy grave. Demasiado. Mientras en la calle las personas no nos juntemos más que para tomar vinos, reclamar naciones o participar en eventos solidarios patrocinados por Bancos y empresas, dará igual quién gane las elecciones. Diez, quince o cien parlamentarios no transforman una sociedad que hunde profundamente sus raíces en un bienestar y una libertad estéticos, en la explotación y en la miseria de tres cuartas partes de la Humanidad. La sociedad sólo puede cambiar cuando nos creamos, de una vez por todas, actores principales de nuestro futuro si es que existe. Y si no, no cambiará. Ni para nosotros ni para nuestras hijas. Desolador o no, es como saber que el agua es indispensable para la vida, una de las pocas certezas de las que hago gala y que incluso se tambalea cuando algún compañero la deshace incluyendo el vino como sustitutivo perfecto de tan preciado elemento.
Quizás salir de la parcela de seguridad que esta sociedad nos otorga sea lo único que no hemos probado. Pringarnos, molestarnos, dedicar tiempo, discutir, salir a la calle, asumir responsabilidades, adquirir compromisos... El resto, todo lo que ya hemos experimentado, sabemos a donde nos conduce. Voten con salud pero no esperen grandes cambios si éstos no vienen de un cambio en nuestra propia inercia vital. Nada en este mundo ha cambiado siguiendo instrucciones institucionales aunque quizás esta vez, no sé muy bien por qué, ocurra. Malditas incertidumbres...
Colectivo Malatextos, 9 de abril de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario