Si la vida es ansia y vacío, si la Navidad, fin de ciclo anual, sigue teniendo algún componente de fiesta completa en la que se aúnan alegrías y penas, con capacidad para reforzar tanto el ansia como el vacío y enfrentarnos a lo que somos y a lo que no llegamos a ser, a nuestras posibilidades y nuestros límites; si en la vida y en la Navidad hay algo de vida, ahí está el Corte Inglés para invadírnosla, para arrebatárnosla.
En el Corte Inglés todo está a nuestro alcance y nuestras posibilidades son ilimitadas y están ahí aun para quien no puede acceder a ellas, todo es luz y color, todo, alegría y felicidad, todo lleno, invadido. La sociedad de consumo es así: luz exenta de oscuridad, alegría exenta de penas, plenitud exenta de límites. Pero cuando nos quitan los límites y la oscuridad y las penas y el vacío, con ellas se van el ansia y las alegrías y las posibilidades. Lo que nos quitan es la vida, no nos la matan, la reducen, la banalizan.
No nos la matan, sigue el juego del ansia y el vacío, banalizado, amortiguado. Reducida el ansia a apetencia e impulso al consumo, convertido el vacío en simple carencia de cosas, nuestra vida robada deja de vivirse entre el vacío y el ansia para quedar atrapada entre la frustración del último consumo y la ilusión del siguiente.
Así es el final de año, solsticio de invierno que son fechas de tradicional celebración por estas tierras. Primero la Iglesia irrumpió hace siglos. Hoy, el Corte Inglés y sus derivados ocupan progresivamente su lugar, y el nuestro.
Lo más dramático que guardan estas entrañables fechas, como en la vida real, como en la bolsa, es que los pobres desempleados acabarán haciendo, con sudor en la frente, realidad los sueños de los ricos, niños sobre el regazo del Rey de la Corte con su disfraz de puta grima, contratado en precario para hacerles el teatro con esa carta que reclama regalos y no derechos.
¡Qué alegre es la Navidad!, ¡qué triste la vida! en el Corte Inglés.
Colectivo Malatextos 16-12-10
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