ONGI ETORRI

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Llamar a la clase obrera a llevar a cabo acciones de sabotaje puede parecer a simple vista una soflama efectista de poco recorrido, pero si atendemos al desarrollo de las reivindicaciones y luchas obreras actuales, se hace necesaria una pausa para la reflexión., un coger aire y observarnos, para llegar a la conclusión de que cualquier reivindicación que se quiera llevar adelante con cierta garantía, debe suponer un coste a nuestros empleadores. De otro modo, no estaremos presentando batalla sino resistiendo para acabar aceptando aquello que deja frustración en el obrero y tranquilidad, mucha tranquilidad en el patrón: el omnipresente Mal menor.

Deslocalizaciones, despidos, regulaciones, precarización, prejubilaciones,… y nosotros seguimos pidiendo una subida del IPC más un punto, teniendo la certeza que ni eso nos van a dar, porque ni eso nos merecemos. No lo merecemos por dejarnos robar –se calcula que recibimos de nuestros magnánimos empresarios una décima parte de lo que les reportamos-, no lo merecemos por dejarnos explotar (trabajo horas extra porque si me niego me echan y contratan a otro), no lo merecemos a fin de cuentas, porque si todos estamos observando lo que ocurre a nuestro alrededor no se entiende que seamos incapaces de reaccionar, de organizarnos para dar una respuesta eficaz.

No hay que seguir engañándose recurriendo siempre a las mismas herramientas de reivindicación, como una rutina inexorable hacia la derrota, ya que si nos presentamos como la parte débil de la confrontación, será de ese modo como saldremos de ella. ¿Cuánto tiempo es posible mantener una huelga en la actualidad (o cualquier otra lucha que implique resistencia), sin que la necesidad económica de los trabajadores comience a abrir brechas en el grupo y acabe echando a perder todo el esfuerzo invertido en ella?

No hay que ser un lumbreras para convenir que cada uno de nosotros conoce casi a la perfección su centro de trabajo y por tanto, sus fortalezas y debilidades: ritmos de producción, compromisos de servicio, maquinaria, clientes, proveedores, personal afín,… Y ante esa información, valiosa información, que todos manejamos de manera natural ¿no seríamos capaces de organizarnos eficazmente? Son millones las formas de sabotaje, tantas como obreros explotados, que sin requerir de una valentía sobresaliente ni suponer un riesgo inasumible, pueden afectar seriamente a la calidad de un producto o servicio, retrasar entregas, parar maquinaria,… tocando el bolsillo de nuestros empresarios, tocaremos su punto más débil.

Es el dinero, el beneficio, lo que mueve a empresarios y capitalistas, y es en el dinero donde se debe golpear si al menos tenemos el propósito de salir airosos de los conflictos que se nos planteen. Si continuamos con la misma mentalidad economicista, confiando la solución de los problemas únicamente a nuestra capacidad de resistencia, nos van a seguir comiendo el pan del morral, porque no suponemos amenaza alguna para el actual marco de relaciones laborales y mucho menos, como para que nos tomen mínimamente en serio.

Colectivo Malatextos. 15-12-09

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