Se me cortó el café con leche que acompañaba la reposada lectura de un diario que encontré en la barra de un bar. En la sección de opinión, una carta al director en la que se relata un desagradable pasaje de un padre con su hijo. Hasta ahí, nada que no pudiera entender. Lo que se me indigestó fue la frase, “No, no soy un refugiado sirio”, con la que se quería dar a entender que el incidente padecido fue muy desagradable e injusto.
En primer lugar, me pareció una frivolidad comparar una mala experiencia como la relatada con la indescriptible situación de miles de personas a quienes no les asisten los derechos más fundamentales y que, precisamente en estas fechas, afrontan un temporal de frío y nieve que ya se está cobrando vidas, según denuncia ACNUR.
Pero además, me pareció leer entre líneas que hay situaciones de dificultad que podemos aceptar para otras personas pero que no son de recibo para “un contribuyente al que le liman religiosamente sus impuestos”, tal y como sigue diciendo la carta.
La normalidad con la que asumimos el sufrimiento de otras personas choca con nuestro estatus de ciudadanía occidental, aunque sepamos que la misma se cimienta en una situación de privilegio que no podría sostenerse sin el enorme desequilibrio mundial que condena a la miseria a la mayor parte de la humanidad.
Es lamentable nuestra falta de compromiso, hablo en primera persona, aquiescencia muy confortable para nuestros gobiernos europeos que no hacen lo que debieran ni en el origen ni en las consecuencias de conflictos como el de Siria. Por ello, es de agradecer a quienes sí se implican, (ejemplos tenemos cernanos y recientes), su pelea por impulsar ciudades de acogida y actitudes personales consecuentes.
Por favor, me disculpe el indignado escritor que con sus letras compuso el caleidoscópico espejo en el que me pude reflejar y me ha llevado a escribir esto, no como una réplica a su carta sino como reflexión en voz alta.
Salud, suerte y acierto para todos y todas.
En primer lugar, me pareció una frivolidad comparar una mala experiencia como la relatada con la indescriptible situación de miles de personas a quienes no les asisten los derechos más fundamentales y que, precisamente en estas fechas, afrontan un temporal de frío y nieve que ya se está cobrando vidas, según denuncia ACNUR.
Pero además, me pareció leer entre líneas que hay situaciones de dificultad que podemos aceptar para otras personas pero que no son de recibo para “un contribuyente al que le liman religiosamente sus impuestos”, tal y como sigue diciendo la carta.
La normalidad con la que asumimos el sufrimiento de otras personas choca con nuestro estatus de ciudadanía occidental, aunque sepamos que la misma se cimienta en una situación de privilegio que no podría sostenerse sin el enorme desequilibrio mundial que condena a la miseria a la mayor parte de la humanidad.
Es lamentable nuestra falta de compromiso, hablo en primera persona, aquiescencia muy confortable para nuestros gobiernos europeos que no hacen lo que debieran ni en el origen ni en las consecuencias de conflictos como el de Siria. Por ello, es de agradecer a quienes sí se implican, (ejemplos tenemos cernanos y recientes), su pelea por impulsar ciudades de acogida y actitudes personales consecuentes.
Por favor, me disculpe el indignado escritor que con sus letras compuso el caleidoscópico espejo en el que me pude reflejar y me ha llevado a escribir esto, no como una réplica a su carta sino como reflexión en voz alta.
Salud, suerte y acierto para todos y todas.
Colectivo Malatextos 26 de enero de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario