Cuando mi capacidad de
asombro parece haber llegado a su límite, llega la televisión y ¡zas!:
“Explotadores de perros”. Sí, un programa de investigación que trata de
denunciar la crueldad con que tratamos a los perretes, las condiciones que
padecen al salir ilegalmente de sus
países de origen, la explotación que sufren, el abandono y/o la muerte al que
les lleva todo ese macabro periplo. Joder, está muy bien ser sensibles al
sufrimiento animal. Hay que serlo y no tengo dudas al respecto. Pero, cuando
esa vida de perros es padecida por millones de seres humanos y no provoca, ya
no digo una indignación movilizadora, sino programas e informaciones
sensibilizadoras, “Explotadores de perros” me parece una coña de muy mal gusto,
que lejos de buscar concienciar sobre el respeto a toda forma de vida, sólo
trata de vendernos un producto que se verá pagado con determinada cuota de
audiencia.
Nos está tocando vivir el
declive de la humanidad como quien asiste a un espectáculo ajeno a nosotras
mismas. ¡Que no nos falten las palomitas! Compremos, acumulemos, trabajemos por
lo que nos den y volvamos a comprar y a acumular. Aunque sabemos que nuestro
bienestar se cimienta sobre el sufrimiento de otros seres humanos, preferimos
fijarnos en los megapixels de nuestro móvil.
Nuestro ombligo se está convirtiendo, en el centro del universo sobre el
que pivotan todas nuestras acciones. Yo y mi situación, mi situación y yo.
Tenemos tan inoculado el sistema (y sus miedos) en nuestro interior que hemos
perdido la capacidad de imaginar alternativas. Tampoco sé si queremos
arriesgar. Bueno sí que lo sé.
Millones de muertos y
desplazados, guerras, hambrunas, cierres de fronteras, explotación de
criaturas, de padres, de madres y de espíritus santos, desempleo, exclusión...
El mal llamado primer mundo se solapa con el tercero, sin haber conocido nunca
dónde narices se sitúa el segundo. En nuestro opulento entorno, crecen los
nacionalismos, el autoritarismo y la violencia, mientras el capital se fuga y
acumula.
No sé a quién leí, tampoco
importa, “que el capitalismo había vencido al comunismo y ahora se devoraba a
sí mismo”. En esas andamos y nuestra obligación es no devorarnos a nosotros
mismos. Al menos ponérnoslo un poquito difícil, vamos. Es una obligación pensar
y llevar a cabo acciones de protesta encaminadas a objetivos que persigan el
bien común, la satisfacción de necesidades garantizable universalmente, e ir
dejando a un lado el juego de las puñeteras mayorías que
abandona a su suerte a demasiadas personas. Ya es hora de sustituir conceptos
como el “poder adquisitivo”, el “crecimiento económico” o la “productividad”…
que ahondan en la sociedad de consumo y dejan por el camino a enormes sectores
de la población, por otros como el beneficio social y el reparto que nos pueden
ir acercando a una sociedad más justa.
Buscar alianzas y complicidades entre
iguales, con problemas comunes, salir a la calle a reclamar -ante quien haga
falta- lo que nos favorece a todos. Cualquier cosa, por pequeña que pueda
parecernos y que podamos hacer en ese camino, debemos tratar de llevarla
adelante con tesón. Fácil no es, no nos engañemos, pero de otro modo, ya
podemos ponernos a marinar ante la perspectiva de canibalismo social que está
llamando a la puerta…
Colectivo Malatextos, 15 de agosto de 2016
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