Seré yo o serán las
altas presiones. No lo sé. Ver, día tras día, a candidatos al
gobierno copando los medios y la actualidad informativa, con sus
dimes y diretes, tratando de mostrarse como auténticos Mesías,
comienza a provocarme cierto frio de vejiga. Mientras la precariedad,
el paro y la exclusión, van asediando a más y más personas, se nos
hurta el verdadero debate de fondo que no es otro que la
incompatibilidad entre la justicia social y la economía de mercado.
Todos los candidatos
sin excepción, nos presentan el libre mercado como la única manera
posible de organización económica. De acuerdo que Adam Smith no es
Keynes, pero juegan al mismo juego: productivismo y crecimiento
económico. A la vez, los dogmas de este tipo de organización que
asumimos con pasmosa sumisión, se asientan más y más en nuestro
imaginario colectivo, convirtiéndonos en una suerte de verdugos
sociales contra nosotros mismos. Con esfuerzo, trabajo y
emprendimiento todos podemos ser Amancio Ortega. Disculpad que me
ría.
La hija de Botín, el
filántropo que no paraba de generar riqueza para su nación y
puestos de trabajo, ha recibido formación en los mejores colegios,
la han modelado para pertenecer a una élite, y ante la muerte de su
viejillo, ha heredado todo el negocio. Sin embargo, el hijo de
Antonio Gálvez, ni siquiera ha podido ir a la escuela porque había
que mantener la maltrecha economía familiar. Conoce los mejores
métodos de extracción de cobre, ya sea de fincas públicas o
privadas –no es sectario- y cuando muera su padre, más le valdrá
haber adquirido las destrezas necesarias para subsistir porque
seguirá ocupando el mismo estrato social por los siglos de los
siglos. Caer en la exclusión no es difícil. Subir en el escalafón
social es como un hombre con tres huevos: excepcional.
Lo que ningún
candidato ni institución nos quieren reconocer –si no lo saben no
deberían ser candidatos a nada- es que dentro de la economía de
mercado no existe una solución a tanta injusticia y desigualdad. Que
la igualdad de oportunidades, por muchas becas, ayudas a la
formación, incentivos varios que se den, etc. resulta un espejismo
con el que nos auto-engañamos. Me da vergüenza escuchar decir que
si suben los salarios, se consumirá más y así la economía irá
mejor. Irá mejor para las grandes empresas, la banca, las
aseguradoras, las farmacéuticas, las petroleras,… Vamos, como
siempre.
Vivimos las
consecuencias de una batalla perdida, con una mayoría social
asimilada que vuelca sus esperanzas en urnas, esperando que en alguna
de esas ocasiones suene la flauta. No ocurrirá. Y no lo hará
mientras no asumamos que debemos protagonizar nuestras vidas,
exigiendo en la calle, a poderes y partidos, un cambio real de
sistema. Es hora de anteponer al beneficio económico y el
crecimiento, el beneficio social y el reparto real de la riqueza (no
de la miseria).
Hoy por hoy, estamos
socialmente en la UVI. Si no tratamos de articular alternativas y
movimientos populares, capaces de encontrar resquicios en una
realidad absolutamente capitalista, generadora de miseria e
injusticia a lo largo y ancho de todo el planeta, muy probablemente
jamás podamos “subir a planta”. Del “alta” mejor hablaremos
cuando estemos con mejor salud.
Colectivo Malatextos, 15 de junio de 2016
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